lunes, 30 de mayo de 2011

Cosas indecentes

Me la ponía dura Sara Algosta. Urgente necesidad de beber cervezas en el "Levante" después de una erección que había sufrido, consecuente al ver su fino tanga verde. La conversación de fútbol sólo daba labia a Jaime Pereda, un entendido del balón, cronista de tirada de periódico deportivo de mercadillo. Kania, una congoleña de ojos ébanos, lunar en su mejilla derecha, que agitaba su boca en mi polla las noches después del "Surinam" un garito de alterne en una ciudad en la periferia sur de Madrid. Kania era la elegida para gozar con mis 18 centímetros.
Sara Algosta follaba con un tal Alain, un franchute que me ponía de mala ostia, rubio y enano y con esa voz de prepotente niñato, con la polla pequeña seguramente, pero con un alto nivel de pasta. Le pusieron el nombre por Delon, el mio me lo pusieron por Sartre, así que dos jodidos nombres de dos tios que marcaron historia por la France.
Conocí a una tal María, que flipaba con los comics de Manara, y que conducía el coche de papá. La niña tenía pasta y vivía en la sierra de Madrid. Su viejo había escrito más de cien libros y había traducido cerca de doscientos. Ella me violó en una discoteca, estábamos en el ropero y con los ojos claros, un poco dilatadas sus pupilas, seguro que del éxtasis que habría tomado, pilló mi mano y la puso en su paraíso. Nos fuimos de la disco, cogimos un bus camino a su casa. ¿y sabes qué?...

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